Ceuta, 18 de marzo de 1926.
Señor Caballero Alumno de la Academia de Infantería Don Marcial Sánchez Barcaiztegui Gil de Sola
Caballero Alumno:
Acaban de entregarme la carta que me envías solicitando ingreso en la gloriosa Legión, para cuando salgas de oficial, e invocando como título para ello; tu noble apellido, la sangre que corre por tus venas y tus entusiasmos militares; no es pequeño el ofrecimiento; tu apellido es símbolo de españolismo probado por guerreros que lo llevaron e hicieron ilustre; tu sangre es garantía de que cuando llegue el momento hervirá con todo el ardor necesario para derramarla gozoso; tus entusiasmos serán resortes preciosos para sufrir contento las penalidades de la vida de campaña y para encontrar en el tropiezo con las balas la satisfacción que borra los dolores físicos; pero para que vengas a la Legión son aún necesarias más condiciones, y esas condiciones las proporcionarán con la esplendidez ya legendaria en los infantes españoles, ahí, en esa santa casa, donde recibimos las bases fundamentales de nuestro espíritu militar.
Habrás de rendir culto al HONOR, culto que te obligará a que tu conducta en todos los órdenes, militares y civiles, sea pura e inmaculada, depurada en sus conceptos, siempre inclinada al bien, evitando siempre los falsos pasos, las conductas dudosas y las compañías perniciosas.
Culto al VALOR, que te sobrepongas a las flaquezas humanas y al instinto de conservación, para ofrendar con gusto tu vida y mirar a la muerte cara a cara; pero este valor ha de ser sereno, tranquilo, ecuánime, Sin exaltaciones, ni depresiones, sin desprecio al enemigo si fuera poco, sin temerle cuando sea mucho, y sin que este valor sirva para emplearlo en las discusiones con los compañeros ni en las peleas con los paisanos.
Culto a la CORTESIA, para que tus actos se rijan siempre por la exquisitez de los caballeros Españoles; dulce en el trato, afable con todos, respetuoso para con los superiores, galante con las damas, singularmente amante y entusiasta del soldado, al que has de cuidar constantemente, vigilándole, encauzándole y atendiéndole con fraternal cariño cuando se encuentre enfermo o herido, o cuando su espíritu decaiga por tristezas o recuerdos de su vida ciudadana.
Culto AL REY, como Jefe Supremo del Ejército, como encarnación de la institución que rige a España, con reverencia, admiración y adhesión hasta la muerte a Alfonso XIII de Borbón, modelo de soldados y caballeros, cuya alma entusiasta ha probado repetidas veces ante la metralla su valor de soldado, y cuyos entusiasmos y cuyos alientos para sus vasallos le hacen que reúna todas las condiciones que necesita el Rey y el caudillo.
Y, como final, culto a la PATRIA, altar en donde has de ofrendar cuanto seas, cuanto poseas, cuanto puedas valer, y como compendio y suma de los ofrecimientos, entregar en ese santo altar tu vida, con la seguridad también de que si mueres por ella, serás amorosamente recogido por los brazos de Dios, y pasaras a la INMORTALIDAD, como todos aquellos soldados que hacen grande a su Patria con la ofrenda generosa de sus vidas.
Dichos los fundamentos, quedan solo los detalles, que también son convenientes para que tu vida militar se desarrolle dentro de la sana alegría que debe presidir los actos de la vida de los que son felices: OPTIMISlMO, que te lleve a pensar siempre bien, que disipe las tinieblas de tu espíritu en los momentos de angustia o de duda, que te haga olvidar las fatigas, que evite el que te fijes en la cantidad del alimento cuando este sea escaso, o en la dureza del lecho cuando éste sea sólo la madre tierra, que te haga mirar con serenidad y sin horror las tragedias de la guerra, que en los momentos de abatimiento haga surgir la copla o el chiste oportuno, y que cuando los hombres te miren a los ojos, porque las circunstancias no sean favorables, encuentren en el brillo de los tuyos una esperanza fundada de que tu a1ma está bien templada, y siempre piensas en la victoria; exagerada corrección en el MANEJO DE LOS CUDALES que te confien como administrador de tus soldados; interés exagerado por la ALIMENTACION DE TU TROPA; igual interés por su HIGIENE; y como compendio, el cuidado constante de su ESPIRlTU y de su MORAL, para mantenerlos a ellos también siempre contentos, gozosos y afanosos de ser empleados en las ocasiones de peligro, para emular las hazañas de los antiguos infantes, para dar esplendor a la INFANTERÍA de ahora y para ceñir nuevos laureles a la bandera de su Cuerpo.
Si a todo eso estás dispuesto, si haces así profesión y fe de cumplirlo, si a ello unes el juramento sagrado de ser fiel y leal a tus compañeros, entendiendo por espíritu de compañerismo el de ayuda, el de sostén, el de amparo, el de buen consejo, el de favor, el de disimulo de sus faltas, el de encauzar a los descarriados, el de ayudarles con tus medios económicos, el de inyectarles tu elevada moral cuando la suya decaiga, y sin que nunca traduzcas el espíritu de compañerismo en la reunión de varios para castigar a uno que delinquió -aun siendo obligación que impone la salvaguardia del honor militar, y que todos debemos estar dispuestos a cumplirla, pero ocultando serenamente las lágrimas de nuestros ojos y los dolores de nuestro corazón-, porque esa manifestación jamás será de compañerismo, sino de sacrificio para mantener incólume el esplendor del honor militar.
Piensa en lo que escribo, cultiva tu espíritu leyendo las obras del arte militar y estudiando con fe y ahínco los reglamentos que has de manejar para conducir tus soldados a la victoria, cuida de tu cuerpo para que esté fuerte y vigoroso, y no dejes de pensar en que el cumplimiento exacto de tus deberes religiosos es también necesario para mantener la conciencia tranquila y el alma libre de pecado.
Millán Astray.
CARTA DE MILLÁN ASTRAY A LA MADRE DE UN CAÍDO EN COMBATE.
Madrid, 30 de enero de 1922.
A la señora madre del glorioso Teniente Caballero Legionario D. Horacio Pascual Lascuevas.
Muy respetada señora mía y de mi mayor cariño: Al empezar esta carta atravieso momentos del mayor dolor y angustia para decirla, señora, que nuestro queridísimo Horacio, su hijo del alma, uno de los mejores y más valientes oficiales de la Legión Extranjera, el más querido de todos sus compañeros, el más admirado por sus soldados, el que gozaba del cariño de sus jefes y el mío singularmente, pues le quería con toda mi alma y él correspondía fielmente, el 10 de enero ha encontrado la muerte más gloriosa que puede apetecer el más bravo de los soldados.
Sepa, señora, que su hijo, el teniente D. Horacio Pascual Lascuevas, murió al frente de su sección, cayó muerto entre sus legionarios, que murieron rodeando su cadáver, que cayó porque en la retirada hizo muralla con su cuerpo y el de sus hombres para que las demás tropas de la columna pudieran retirarse sin peligro ante un enemigo que atacaba ferozmente; fué al empezar a anochecer, en el día 10 de enero, y en la cabila del Ajmás. Horacio mandaba la sección de extrema retaguardia ; el enemigo cayó sobre él como un alud en un terreno fragosísimo y abrupto, en una cañada profunda con pendientes casi inaccesibles; al caer, su compañía entera acudió, y junto a él, y con igual gesto heroico, murieron a su lado los alféreces Villar y Salvador Claverías, también rodeados de sus legionarios, y aunque sea cruel en estos momentos aumentar el dolor del santo pecho de una madre, le diré, señora, como española, que Horacio quedó muerto amenazando con los puños al enemigo y mirando fijamente al que le arrebató la vida para bien de nuestra Patria y para dolor de nosotros, que no le olvidaremos jamás, jamás. Su cuerpo reposa en Ceuta, al lado de sus otros valientes camaradas; yo lo acompañé hasta el último momento, y yo, señora mía, rodeado de todos sus compañeros, lancé los vivas con que nos despedimos del que cae.
La memoria de su hijo vivirá siempre en la Legión Extranjera; el recuerdo de su nombre queda grabado en mi corazón con el mismo cariño y la misma ternura que si hubiera muerto mi propio hijo; lloro, sí, señora; lloro por él.
Ya no sé decir más en esta carta; no se olvide usted tampoco de mí, y que nos sirva de santo lazo de amistad el recuerdo de nuestro querido muerto, el más bravo, el más audaz de los tenientes legionarios, el glorioso Horacio Pascual Lascuevas.
Beso con todo respeto su mano de usted, señora.
Millán Astray.