La fortaleza en donde estaban los calabozos se llama el Hacho. En él se sufren dos castigos: la celda aislada y el pelotón de trabajo. Cuando hay operaciones, los arrestados forman aparte su pelotón y salen al campo. Entonces les sigue el nombre de la fortaleza y se llama el Hacho también. Son los ingenieros zapadores-minadores. Van provistos de palas y picos con astiles de repuesto; no llevan armas. Marchan formados, rodeándoles su escolta. El espíritu del Hacho es sobrenatural; son los castigados. Por regla general, los malos, los frustrados desertores, los alcohólicos, los pendencieros, y también podrá haber alguna víctima inocente del error humano. Pero la característica general es muy mediana. El espíritu del Hacho existe. En el campo, en el combate, en los trances más cruentos, el Hacho dió el corazón, tiraron los picos y las palas, empuñaron los fusiles de los muertos, y gritando: "Arriba el Hacho", murieron. Si la alambrada es peligrosa de poner y los ingenieros caen en gran número, "Arriba el Hacho", y allá van a ayudar a los hermanos. Ellos cavan fosas, ellos recogen y entierran los cadáveres, ellos acuden gozosos al lugar en donde el peligro arrecia. ¡Saludando con los sombreros y gritando: "Allá va el Hacho". El combate los convierte. ¡Es la suprema ley de la Legión! "¡Ante el peligro, todos uno; todos legionarios!". La primera felicitación oficial que recibimos por trabajos efectuados por la Legión nos la dió en Beni-Arós el Alto Comisario, General Berenguer, a quien la Legión debe la gratitud de haberla después premiado con la más alta recompensa en la campaña, y aquella primera felicitación nos la dió para el Hacho. Porque le habían construido una tienda de campaña-cenador con tales primores en la ornamentación, que mereció su especial gratitud, y hubimos de tener que trasmitirla... para general conocimiento y satisfacción de los arrestados del Hacho.