Capítulo importantísimo de la vida en general, lo es aún más en el aspecto militar y dentro de él en el legionario.
Su diversa condición social, el ser en mayoría hombres hechos, el haber andado por el mundo, hace que sus gustos y preferencias no sean iguales que las de los soldados de cupo, acercándose más al de las clases acomodadas.
Se dispone de dos pesetas diarias por hombre. Aparte el pan y el combustible para la confección. Lo demás ha de salir de las dos pesetas convertidas en desayuno, café con leche y bollo y dos comidas, de dos o tres platos, postre, vino y café.
Parece paradójico que a medida que el soldado pase mayores riesgos y sufra más fatigas coma peor. La razón es que los elementos que proporciona el Estado, la llamada "ración de etapa", no es suficiente para condimentar un mediano rancho, y hay que apelar (y en ello no va envuelta queja ni censura, puesto que precisamente para ello son las dos pesetas) a la compra directa. Esta, proporcionada por el contratista particular, sube sus precios por los gastos de transporte y, naturalmente, cuanto más lejos están las tropas y más peligro hay en los caminos, que es en las líneas avanzadas, más caros son los comestibles y necesariamente entonces la comida es menos o es peor. Esto proporciona grandes preocupaciones a los Capitanes.
De todas suertes, en la Legión se come muy bien, y los cocineros son verdaderos chefs que presentan variados menús y platos de repostería.
El café es la obsesión. A la mañana, a la tarde, a la noche; en el servicio avanzado, a todas horas y mucho, mucho. Naturalmente, no todos tanto como el italiano de la lª Bandera, que se toma seis raciones en cada distribución. Y también -cosa rara para nosotros- prefieren, en caso de faltar, de los componentes, que falte café, pero no azúcar. Ha de estar azucarado cuanto sea posible, y muy caliente.
Los más golosos o los sibaritas hacen sus meriendas en la cantina o en los puestos de los vivanderos que, como enjambre, siguen a la Legión llevando de todo aquello que más les agrada. Es el vivandero un verdadero héroe, y sus hazañas, casi siempre desconocidas, merecen ser relatadas.
Nace de la nada absoluta. Un hombre que adquiere como puede una garrafa de cristal, que se llena de agua, una botella de jarabe de refresco, un vaso, y ya está montada la nueva industria. Luego mucho corazón y resistencia para seguir a la tropa a donde vaya, con calor, con lluvia, con frío (en este caso, el jarabe se cambia por aguardiente), con peligro o sin él, y en el combate en la misma guerrilla.
La botella, bien administrada, va aumentando el capital, y el primer paso a la gran industria es un borriquillo, en el que ya se pueden llevar géneros más variados; luego, la mula, el carrito, la cantina, y en su final provisionista (abastecedor), que es el doctorado.
Pero en medio de esa larga y difícil carrera, ¡cuántos caen vilmente asesinados por los moros! Un día y otro llegan los partes de la muerte de desgraciados vivanderos...
Marchan solos y a deshora por los caminos. Se quedan en la posición avanzada y ellos ¡los infelices! se hacen también solos el convoy, cuando muchas veces para hacer el de la tropa son precisas columnas con artillería. Traen el correo y los periódicos; llevan partes y noticias y son el alivio del soldado y del Oficial. Cuando en los momentos de suma escasez hacen surgir mágicamente botellas, latas de dulce, chorizos, pan... ¡Sólo en aquellos lugares puede darse cuenta de lo milagroso y satisfactorio que resultan hallazgos tales!.
Los vivanderos merecen el bien de la Patria y la gratitud del ejército. Son grandes sus defectos, pero su heroismo y devoción para los soldados les redime de toda culpa.
(José Millán Astray)