Sostén de la disciplina militar, es también la base de la interior satisfacción. El acto de castigar, como el de premiar, son los más difíciles del mando, porque es el mando mismo. El que manda, no manda si no asume y recaba para sí y siempre todas las responsabilidades y si no hace justicia.
El castigo ha de ser enérgico, inmediato y ejemplar, meditado, pero firme. Mas esta justicia severa no está exenta de ser también paternal y no precisa, sino, al contrario, perjudica ser inflexible y llevar constantemente el Código en la mano. El no ver la falta que se ha cometido sin perversa intención, el darse cuenta de que son hombres, conocer sus debilidades, disculpar sus vicios y flaquezas, pensando siempre en que en otros momentos fueron buenos, dulcifica el criterio y abre las mallas de la red y por ella escapan... ¡Tantas veces! ¡¡Muchas veces!!
Es un error el creer que todos los legionarios o una mayoría se hacen merecedores de castigo. No. Son en minoría, casi siempre los mismos y entre ellos hay distintas categorías. La de perversos es exigua, insignificante. Los más son víctimas del alcohol.
Los malos instintos aparecen muy de tarde en tarde y casi siempre también bajo el maleficio de la bebida.
Esas faltas, en las que con facilidad incurren todos los soldados, y que podemos llamar veniales, como la falta de puntualidad a los actos de servicio mecánico, o sea, no de guerra, porque a éstos no faltan, la pérdida más o menos auténtica de sus prendas de uso personal -que se produce con una facilidad endemoniada- son muy graciablemente tratadas. El perder la ecuanimidad a la hora de paseo y volver trazando un itinerario caprichoso y zigzagueante, si se limita tan sólo a efectos en el equilibrio o a manifestaciones excesivamente cordiales de amistad o patriotismo, es también indulgentemente mirado.
Las faltas de subordinación y las que afectan al honor militar son siempre reprimidas con severidad.
El corro de la justicia.-Después del recibimiento en parada y del desfile, ya rotas las filas, cuando el Jefe llegaba a visitar sus Banderas, se formaba el corro "de las quejas y de las peticiones".
El Jefe, sólo acompañado del Ayudante, respetuosamente rodeado por los legionarios, decía: "Señores, digan sus quejas, si las tienen. Las expondrán uno a uno, cuando se le llame. Queda prohibido hablar más que en nombre propio." Los que tenían algo que exponer se cuadraban rígidamente y llevaban la mano al primer tiempo del saludo. Quedando en esta forma, indicadora del deseo de hablar. Concedido el permiso, se avanzaba al centro del corro y cuadrado y siempre con la mano en el saludo exponía en alta voz su queja, que era inmediatamente resuelta, o, en otro caso, se le ordenaba que diese una nota escrita.
En honor a esos bravos y fieles legionarios hemos de consignar que fueron tan pocas sus quejas, por su sublime espíritu de sacrificio seguramente, que la mayor parte de las veces a la invitación no contestaba ningún saludo y había que pasar al capítulo de peticiones. Con la fórmula: "Señores, peticiones que no sean de licencia". Entonces salía el alma infantil de los legionarios, peticiones siempre sencillas, hacederas, fáciles, sin faltar el espontáneo que, muy cuadrado y respetuoso, decía: "Cinco pesetas, mi Teniente Coronel".
La previa prohibición de pedir licencias era por ser inconcebible aquella gracia, por las necesidades de la campaña.
Hecha la justicia y resueltas las peticiones, ellos y nosotros sentíamos una íntima y sana alegría. ¡Nada hay tan grato como decir que sí a una petición!
(José Millán Astray).